
De regreso después del terremoto. Provocado por mí actuar irreflexivo, así es la vida cuando no sabe controlar los ímpetus.
A pesar de todo, me vuelvo a levantar. Eso sí con importantes lecciones a mi haber.
A veces la valentía se transforma en estupidez, a veces conviene ser un poco cobarde, al final es instinto de supervivencia.
Ser tan frontal y sincero parece que tampoco se agradece, al parecer es mejor dejar ciegos a los que no quieren ver.
Debo alejarme del fuego que todo lo quema, todo lo dramatiza y me hace estar en una eterna montaña rusa.
Debo acercarme a la tierra que a todos nutre, que calma nuestra alma y nos acoge, debo encontrar la paz y armonía que dan felicidad duradera.
Debo alejarme de las quimeras, debo creer en mi y mi capacidad de ser feliz, debo apegarme a los afectos, debo dejar de pelear, debo permitir que me cuiden y me protejan.
Es el momento de plantar pie firme en la tierra para que me sostenga y alimente en su calido regazo, debo aprender de su fuerza sin violencia, esa fuerza de lo que persiste y se mantiene por siempre, de lo seguro, de lo conocido.
Debo reencontrar mi calido interior, debo redescubrir la ternura que en mi existe y ha estado escondida por tanto tiempo.
El miedo no debe ser el que me mueva…es muy mal consejero.
Debo tener fe, debo actuar con amor.
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