
Holly Golightly, la encantadora socialitè de Breakfast at Tiffany’s de Truman Capote, vive con un gato sin nombre. Digo que vive con él y no que lo tiene en su casa porque Holly no concibe la idea de apropiárselo. “Pobre desgraciado -dijo, haciéndole cosquillas en la cabeza-, pobre desgraciado que ni siquiera tiene nombre. Pero no tengo ningún derecho a ponérselo: tendrá que esperar a ser el gato de alguien. Nos encontramos un día junto al río, pero ninguno de los dos le pertenece al otro. Él es independiente y yo también.” (Desayuno en Tiffany’s, Anagrama, 1990.)
El gato es un reflejo de Holly, su alter ego. Puede entrar y salir a placer. Nadie lo toma si éste no lo desea. Holly lo alimenta pero eso no quiere decir que sea su dueña, como todos los hombres que le dan dinero a ella no poseen ningún derecho sobre su persona. La independencia que Holly denota y que el gato connota, es el fundamento del personaje y de la novela.
La capacidad de desprendimiento no obstante la estrechez de la unión es una situación demasiado cotidiana. Los vínculos existen mientras uno así lo desee: siempre está latente la opción de romperlos. Holly es experta en romper lazos. Dejó a su marido y a sus hijos adoptivos para irse a Nueva York y no siente culpa por ello. Deja a cada uno de sus hombres siempre bien vestida y con los labios pintados. Se aleja y vuelve sin remordimientos, como lo haría un gato.
Y no obstante su facilidad para el desapego, Holly mantiene vínculos que la trascienden: con su hermano y, por supuesto, con el gato. A su hermano la une no el hecho de ser familia (eso es demasiado superficial), sino una empatía esencial: el reconocerse frágiles. Aunque Holly demuestra una independencia que fascina, en el fondo es sensible y el devenir del mundo le afecta sobremanera. Esto quizá sólo es percibido por el gato, que vive con ella y la observa cuando nadie la mira. Por eso, al final de la novela, cuando Holly va en el taxi rumbo al aeropuerto y a ese avión que la llevará a Brasil, trae consigo al gato y lo libera, después se arrepiente y regresa a buscarlo: abandonar al gato es abandonarse a sí misma, es como dejar determinada su suerte.
En la novela el gato no vuelve, pero en la película, Holly lo recupera. Esto convierte totalmente la esencia del personaje de Capote: para él, Holly es itinerante, libre, capaz de ofrecer cariño pero no de perpetuarlo. Al no recuperar al gato en la novela, Holly obtiene la opción de alejarse: era el estímulo que le faltaba para separarse del todo de Nueva York. El gato sin nombre no se queda a esperar el retorno de Holly. Más que perderse el uno al otro, se reencuentran consigo mismos.
¿Qué pasa cuándo el gato sin nombre se queda esperando por Holly en el callejón; cuándo ella lo encuentra? El sentido de pertenencia se recrudece y ella no se va. Toma al gato entre sus brazos y luego es abrazada por Paul y éste la besa y la estrecha para no dejarla ir. El gato, como Holly, se dejan tomar, sucumben al sedentarismo.
Entonces, tenemos dos Hollys, dos gatos sin nombre: unos con la capacidad de romper lazos, otros con la necesidad de crearlos. Aunque la Holly hollywoodense no fue aprobada por Capote, de algún modo completa a la Holly literaria. Digo de algún modo porque el personaje original está completo, es sólo que no expresa (o sea, no dice) algo muy obvio: para romper vínculos es necesario haberlos establecido, por lo tanto, esta Holly también precisa de crear, porque de otro modo no puede destruir. La Holly hollywoodense no tiene empacho en admitirlo, pero va más allá y eso la desvirtúa a los ojos de Capote: quiere crear un vínculo que justifique todo lo roto anteriormente. Esta Holly reniega de lo que la otra se enaltece. De su independencia.
Vuelvo al gato sin nombre, sin dueño. Sólo será nombrado por aquel que lo posea. Este principio representa, de algún modo, el fundamento de las uniones y las separaciones. Creemos haber encontrado en cierto momento la voz que nos nombra, y luego esa voz no nos llama más, o nos llama y ya no la atendemos. Entonces escuchamos otra voz que nos llama por nuestro nombre.
El gato es un reflejo de Holly, su alter ego. Puede entrar y salir a placer. Nadie lo toma si éste no lo desea. Holly lo alimenta pero eso no quiere decir que sea su dueña, como todos los hombres que le dan dinero a ella no poseen ningún derecho sobre su persona. La independencia que Holly denota y que el gato connota, es el fundamento del personaje y de la novela.
La capacidad de desprendimiento no obstante la estrechez de la unión es una situación demasiado cotidiana. Los vínculos existen mientras uno así lo desee: siempre está latente la opción de romperlos. Holly es experta en romper lazos. Dejó a su marido y a sus hijos adoptivos para irse a Nueva York y no siente culpa por ello. Deja a cada uno de sus hombres siempre bien vestida y con los labios pintados. Se aleja y vuelve sin remordimientos, como lo haría un gato.
Y no obstante su facilidad para el desapego, Holly mantiene vínculos que la trascienden: con su hermano y, por supuesto, con el gato. A su hermano la une no el hecho de ser familia (eso es demasiado superficial), sino una empatía esencial: el reconocerse frágiles. Aunque Holly demuestra una independencia que fascina, en el fondo es sensible y el devenir del mundo le afecta sobremanera. Esto quizá sólo es percibido por el gato, que vive con ella y la observa cuando nadie la mira. Por eso, al final de la novela, cuando Holly va en el taxi rumbo al aeropuerto y a ese avión que la llevará a Brasil, trae consigo al gato y lo libera, después se arrepiente y regresa a buscarlo: abandonar al gato es abandonarse a sí misma, es como dejar determinada su suerte.
En la novela el gato no vuelve, pero en la película, Holly lo recupera. Esto convierte totalmente la esencia del personaje de Capote: para él, Holly es itinerante, libre, capaz de ofrecer cariño pero no de perpetuarlo. Al no recuperar al gato en la novela, Holly obtiene la opción de alejarse: era el estímulo que le faltaba para separarse del todo de Nueva York. El gato sin nombre no se queda a esperar el retorno de Holly. Más que perderse el uno al otro, se reencuentran consigo mismos.
¿Qué pasa cuándo el gato sin nombre se queda esperando por Holly en el callejón; cuándo ella lo encuentra? El sentido de pertenencia se recrudece y ella no se va. Toma al gato entre sus brazos y luego es abrazada por Paul y éste la besa y la estrecha para no dejarla ir. El gato, como Holly, se dejan tomar, sucumben al sedentarismo.
Entonces, tenemos dos Hollys, dos gatos sin nombre: unos con la capacidad de romper lazos, otros con la necesidad de crearlos. Aunque la Holly hollywoodense no fue aprobada por Capote, de algún modo completa a la Holly literaria. Digo de algún modo porque el personaje original está completo, es sólo que no expresa (o sea, no dice) algo muy obvio: para romper vínculos es necesario haberlos establecido, por lo tanto, esta Holly también precisa de crear, porque de otro modo no puede destruir. La Holly hollywoodense no tiene empacho en admitirlo, pero va más allá y eso la desvirtúa a los ojos de Capote: quiere crear un vínculo que justifique todo lo roto anteriormente. Esta Holly reniega de lo que la otra se enaltece. De su independencia.
Vuelvo al gato sin nombre, sin dueño. Sólo será nombrado por aquel que lo posea. Este principio representa, de algún modo, el fundamento de las uniones y las separaciones. Creemos haber encontrado en cierto momento la voz que nos nombra, y luego esa voz no nos llama más, o nos llama y ya no la atendemos. Entonces escuchamos otra voz que nos llama por nuestro nombre.
Extraido de:
Chat Noir
El gato sin nombre